El repugnante encanto de la evolución
“Dime lo que te da asco y te diré quién eres”, dice Améli Nothomb, escritora belga nacida en Japón; y es probable que la razón le asista y sean sin proponérselo, nuestras íntimas repulsiones las que más nos identifiquen y definan socialmente.
Era pasible de suponer a priori que al joven Charles, quinto hijo de una familia inglesa rica y sofisticada, poco le agradarían los indios americanos, dicho esto sobre todo basándonos en los preconceptos estéticos que podían haber acompañado al naturalista en su recorrida por tierras tan lejanas a su fino y distinguido entorno de Cambridge.
Y algo de eso hubo, tanto que así lo deja en evidencia el propio Charles Darwin en las crónicas de sus libros “Viaje de un Naturalista Alrededor del Mundo” y en “El Origen del hombre”, donde en especial se “ensaña” con los aborígenes fueguinos.
Para él, no mucho más que seres primitivos que estaban apenas en “un pequeño grado por encima de los simios”...un estereotipo que no podrán levantar fácilmente aquellos indígenas.
Una suerte de animadversión –propia de Darwin- que luego quedará en evidencia, no sólo con los estudios más científicos que sobre estos indígenas hiciera el sacerdote y antropólogo alemán Martín Gusinde, sino en un destacado pasaje anecdótico que el propio Charles recuerda, abriendo sin proponérselo la puerta a la comprensión de muchas de nuestras posturas humanas.
“En la Tierra del Fuego, – cuenta Charles Darwin – un nativo tocó con su dedo un poco de carne fría en conserva que yo estaba comiendo en nuestro campamento y mostró con claridad el enorme asco que le producía su textura blanda. Por mi parte, también sentí un tremendo asco ante el hecho de que un salvaje desnudo tocara mi comida, aunque sus manos no parecieran estar sucias”
Asco... una sensación que Darwin experimentara referente al insuceso, mucho antes de que luego él, probara la carne, antes incluso de que el nativo la tocara y antes quizá de que el propio Darwin abordara el Beagle para iniciar su viaje.
En este caso puntual el asco no se vincula al gusto o al sabor, por eso quizá se puede decir que Darwin se adelantó al describirlo luego como una adaptación evolutiva, como un reflejo que nos protege de la amenaza del contagio mediante la ingesta. Un reflejo que le fue útil al hombre para abstraerse de comer de todo y no morir a causa de ello.
Lejos de eso y si nos remitimos al caso, como bien lo hace el profesor de derecho William Ian Miller en su obra “Anatomía del Asco” vemos como “...mucho antes de que la comida llegue a la boca y se suscite la cuestión de su gusto, aparecen indicios de otras categorías relacionadas con el asco: categorías que se refieren al tacto como «fría» (carne) frente a «caliente», «blanda» frente a «dura». Categorías obvias de pureza como «crudo» frente a «cocinado», «sucio» frente a «limpio». Categorías referentes a la vergüenza corporal: «desnudo» frente a «vestido». Categorías más amplias que definen al grupo al que se pertenece: «Tierra del Fuego» frente a «Inglaterra», «ellos» frente a «nosotros»...”
Es más, la descripción del fueguino como “salvaje desnudo” nos muestra claramente un preconcepto que Darwin trae como equipaje extra desde Inglaterra, y hace que este se ofenda ante la curiosidad del indígena que con su acto puede “contaminar” la carne.
Es cierto si que estudios científicos han dejado claro que existe una suerte de “asquerosidad universal” que encierra elementos tan variados como: heces, comida estropeada, excreciones corporales varias, heridas, animales como ratas, babosas. No menos cierto es que todos ellos se asocian si a la transmisión de enfermedades infecciosas, con lo que la idea de Darwin en cuanto al “asco” como mecanismo protector de contagio tiene cierto grado de asidero; pero ya vimos también que ese sentimiento acompañaba a Darwin desde antes de tocar costas fueguinas.
Lo que parece que Darwin realmente teme, es ingerir la esencia salvaje que mágicamente el dedo del fueguino trasladará a su comida.
Estudios más recientes muestran que el asco varía según los conceptos sociales, según el país, según la clase social... incluso más; se ha demostrado que el asco evoluciona con la edad del ser humano.
Cuando niños, muchos hemos degustado cascarudos, otros nos deslumbran con obras de artes hechas con sus propias heces... cosas de niños; salvajes casi sin alma, apartados de la verdadera percepción del asco.
Sin embargo, en un momento determinado cuando adultos comenzamos a desarrollar ese mecanismo de autodefensa. Dejamos la etapa del salvaje... nos volvemos “humanos”, nos volvemos supuestamente, “cuerpo y alma”.
“Normalmente, cuando nos relacionamos con otros, los vemos como cuerpo y alma. Advertimos que tienen creencias, deseos y conciencia y reconocemos que son cosas físicas sólidas que ocupan espacio y están sujetas a la gravedad. –afirma Paul Bloom, psicólogo de la Universidad de Yale, en su obra “Cuerpos sin Alma” -
Las dos posiciones –dice- coexisten bastante bien en las circunstancias normales, pero, cuando hacemos hincapié en una perspectiva más que en la otra, se desprenden consecuencias morales.
...Así, pues, el enfoque centrado en el alma propicia la preocupación moral y puede ampliar el círculo moral. Lo contrario puede ocurrir cuando alguien es considerado sólo como un cuerpo y una emoción que apoya ese resultado, es el asco.
... Por esa razón, todo movimiento encaminado a estigmatizar o calumniar a un grupo –los judíos, los negros, los homosexuales, las mujeres y demás– ha recurrido al asco. Una vez que se ve a un grupo de personas como asqueroso, se deja de prestarles atención como individuos morales. Se convierten en cuerpos sin alma y el círculo moral se cierra para excluirlos.
Por eso lo de Améli Nothomb no es descabellado... “Dime lo que te da asco y te diré quién eres”.
Emiliano Núñez
1 comentario:
muy interesante el artículo.Me he quedado pensando....en las cosas que me dan asco....en las gentes que me DABAN asco.Ahora prefiero ser indiferente
DIME DE QUIENES ERES INDIFERENTE Y TE DIRE QUIEN ERES.
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