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miércoles, 13 de enero de 2010

La Máquina de hacer dinero


Economía, leyendas tacuaremboenses y finanzas mundiales.


La máquina de hacer dinero...

Nuestra propia caja de Pandora


Cuando niño mi padre supo contarme una historia que realmente me quedó impresa cual billete moneda. Él la ubicaba en la propia ciudad de Tacuarembó y hasta barajaba algún nombre real como protagonista, era quizá su “marca de agua” para darle autenticidad y fuerza a la anécdota. Al caso no importa: Como el “emisor” –mi padre- era confiable, yo le creí, “compré” y aún hoy –en momentos de turbulencia monetaria- disfruto con temor aquella historia.

Cuenta la anécdota que visitaron nuestro pueblo dos personas finamente vestidas; en ropas, en historias y en títulos, -nobiliarios quizá- pero entre ellos uno en especial: el de expertos vendedores. Y por cierto que lo eran.

Radicados unos días en el mejor hotel de la ciudad estos caballeros estudiaron bien el “mercado” de modo tal de ofrecer a la persona exacta el particular e inédito producto que por aquella única vez se pondría a la venta.

De a poco la voz se corrió rápida y sigilosamente por las esferas de la clase más alta del pueblo; los “extranjeros” vendían nada más y nada menos que una maravillosa y única máquina “para hacer plata”.

Contaba mi padre que el principio era simple... por un lado se insertaba un trozo precortado de papel de astrasa, se giraba levemente una manecilla y... Voila!! La máquina devolvía por su otro costado un billete perfectamente impreso.

Ya el tema de la denominación del billete que se quería obtener dependía de un simple selector que aquella maravilla disponía... siempre en cambio mediano y chico.

La inteligencia, la ambición, la ingenuidad y el “bolsillo”, hizo que finalmente sólo un tacuaremboense fuera el elegido para la compra. Un nombre que hoy voy a mantener en “Reserva” (nunca mejor utilizado el término.. luego verán) por el simple hecho que de ser cierta la anécdota, quizá sus descendientes no se enorgullezcan tanto del fruto de aquella inversión.

Sucede que como era de suponer, realizada la transacción, retirados ya los extranjeros, la máquina dejó de funcionar para siempre, develando un caja cuasi vacía, llena de papel de astrasa y posesionando a nuestro protagonista en la terrible disyuntiva de denunciar o no a los “vendedores” por razones de “estafa”. Procedimiento este último, “poco apropiado e inteligente” si los había, ya que él nada menos, había querido saltearse el Banco Central a la hora de imprimir su propio papel moneda.

Y eso, Oh!! Suponemos que por lógica y por ley debiera estar prohibido en todo el mundo.

De Frankfurt a Tacuarembó

Viene a cuento recordar que la dinastía Rothschild surge en Alemania con Mayer Amschel Bauer a la cabeza de aquel legendario grupo de financieros y banqueros judeo alemanes que se expandió por Europa toda y conquistó finalmente a los Estados Unidos. El nombre Rothschild deviene del escudo rojo que esta familia usaba para identificarse como judio-protestante y que luego tomara como “apellido” Mayer Amschel Junior allá por 1760.

Ellos supieron beneficiarse y progresar vertiginosamente a base de buenos contactos, sobornos varios, prestamos cuantiosos, astucia suprema, instinto notable y acceso rápido a la información. Así fue que llegaron a financiar a la corte de Dinamarca, asegurar “papeles” al propio Napoleón y a través de sus casas bancarias invertir libremente en Inglaterra, financiar el canal de Suéz, los ferrocarriles europeos y practicar sin temor los más arriesgados “juegos de bolsa”.

Como pasó con la anécdota de mi padre, allá por 1900 los Rothschild envían a Estados Unidos a Jacob Schiff y Paul Warburg, quienes munidos de aquellas cajitas que embelesaron a nuestro “visionario tacuaremboense”, emprendieron una campaña tendiente a instaurar varios «Federal Reserve Banks» (FED), instituciones privadas de emisión de moneda.

Así es como en 1913 –con el apoyo de la familia Rockefeller, a quienes también habían financiado- crean el Sistema Federal de Reserva de los Estados Unidos de América.

Para ese entonces, los Rothschild ya controlaban el Banco J.P. Morgan & Co., el Banco Kuhn Loeb & Co., habían “financiado” a John D. Rockefellers, Standard Oil Co., los ferrocarriles de Edward Harriman y las fábricas de acero de Andrew Carnegie.

A buen entendedor... eran dueños de Estados Unidos.

Así lo declaró formalmente el 23 de diciembre de 1913 la Ley de Reserva Federal (Federal Reserve Act), ley por la cual todos los bancos nacionales tuvieron que unirse al sistema.

A partir de ahí, la ahora conocida FED fue la única institución capaz y autorizada para imprimir el billete moneda norteamericano.

Mi padre no me lo contó pero parece que el principio sigue siendo simple; es una gran “maquinita” –con reservas de oro dentro, como respaldo-, entonces la Nación Norteamericana la da el papel a la FED (ya no de astrasa), luego se giran varias “manivelas” y del otro lado salen impresos los conocidos Dólares.

La denominación del billete, tal como era en el modelo llevado a tacuarembó, depende de un selector que esta “maravilla mecánica” dispone.

En teoría, cada billete debía tener respaldo equitativo en oro y “la gran máquina” no imprimía más de lo que ese oro puede respaldar. Eso estaba asegurado y fue así hasta 1971, -15 de agosto a la hora de ser exactos- cuando Richard Nixon (el presidente número 37 de Estados Unidos, de 1969 a 1974) anuló la convertibilidad del dólar en oro y, al mismo tiempo la garantía del Estado sobre el valor del dólar. Desde entonces, el valor del billete verde no está en correspondencia con las reservas de oro ni está garantizado por el Estado Norteamericano.

El dólar, por lo tanto, no es más que la moneda privada libre de la FED, sin control y sin garantía de respaldo en oro sobre la cantidad de billetes emitidos.

Y es claro... ya lo sabíamos, estas “maquinitas” –recuerden el caso tacuaremboense- suelen presentar problemas. La masa monetaria de dólares que la FED pone en circulación (desde marzo de 2006, la FED no ha publicado más la cifra de la masa monetaria: M3) se ha convertido en un problema sin solución: la masa mundial de bienes se cuadriplicó durante los últimos 30 años, pero la masa monetaria se multiplicó por 40.

Sin ir más lejos el pasado 11 de marzo, en plena crisis de los mercados, la maquinita volvió a funcionar de nuevo y la Reserva Federal imprimió 200.000 millones de dólares para ayudar a sus amigos bancarios que ahora están en problemas. Hoy lo ha hecho nuevamente.

Por suerte yo debería pensar como doña María y decirme: “eso no me preocupa”, pero siempre quedé con mis dudas desde que escuche a mi padre. Por ello me da miedo imaginar como figurativamente nos visitaron también Jacob Schiff y Paul Warburg y –quizá luego de su paso por tacuarembó- ahora por los lares capitalinos de mi país, alguien allí supo comprarles de esas maquinitas que para exportar las fabricaba la FED.

Y mis miedos van en aumento; sucede que antes Uruguay tenía reservas en oro, e imprimía su dinero respaldado en esas reservas y con la garantía del estado uruguayo; estábamos seguros. Hoy nuestras reservas mayoritariamente tienen al billete dólar como garantía de respaldo; por eso cada vez que me acuerdo de un compatriota que decía: “Si me dan a elegir entre un capital llamado oro y un capital llamado muchacho...” se me eriza la espalda.

Por suerte –para él- mi viejo ya no está y no sufrirá cuando se abra la caja de nuestra propia maquinita de los milagros.

Emiliano Núñez

lunes, 9 de julio de 2007

El paseo de leonor


El repugnante encanto de la evolución

“Dime lo que te da asco y te diré quién eres”, dice Améli Nothomb, escritora belga nacida en Japón; y es probable que la razón le asista y sean sin proponérselo, nuestras íntimas repulsiones las que más nos identifiquen y definan socialmente.
Era pasible de suponer a priori que al joven Charles, quinto hijo de una familia inglesa rica y sofisticada, poco le agradarían los indios americanos, dicho esto sobre todo basándonos en los preconceptos estéticos que podían haber acompañado al naturalista en su recorrida por tierras tan lejanas a su fino y distinguido entorno de Cambridge.
Y algo de eso hubo, tanto que así lo deja en evidencia el propio Charles Darwin en las crónicas de sus libros “Viaje de un Naturalista Alrededor del Mundo” y en “El Origen del hombre”, donde en especial se “ensaña” con los aborígenes fueguinos.
Para él, no mucho más que seres primitivos que estaban apenas en “un pequeño grado por encima de los simios”...un estereotipo que no podrán levantar fácilmente aquellos indígenas.
Una suerte de animadversión –propia de Darwin- que luego quedará en evidencia, no sólo con los estudios más científicos que sobre estos indígenas hiciera el sacerdote y antropólogo alemán Martín Gusinde, sino en un destacado pasaje anecdótico que el propio Charles recuerda, abriendo sin proponérselo la puerta a la comprensión de muchas de nuestras posturas humanas.
“En la Tierra del Fuego, – cuenta Charles Darwin – un nativo tocó con su dedo un poco de carne fría en conserva que yo estaba comiendo en nuestro campamento y mostró con claridad el enorme asco que le producía su textura blanda. Por mi parte, también sentí un tremendo asco ante el hecho de que un salvaje desnudo tocara mi comida, aunque sus manos no parecieran estar sucias”
Asco... una sensación que Darwin experimentara referente al insuceso, mucho antes de que luego él, probara la carne, antes incluso de que el nativo la tocara y antes quizá de que el propio Darwin abordara el Beagle para iniciar su viaje.
En este caso puntual el asco no se vincula al gusto o al sabor, por eso quizá se puede decir que Darwin se adelantó al describirlo luego como una adaptación evolutiva, como un reflejo que nos protege de la amenaza del contagio mediante la ingesta. Un reflejo que le fue útil al hombre para abstraerse de comer de todo y no morir a causa de ello.
Lejos de eso y si nos remitimos al caso, como bien lo hace el profesor de derecho William Ian Miller en su obra “Anatomía del Asco” vemos como “...mucho antes de que la comida llegue a la boca y se suscite la cuestión de su gusto, aparecen indicios de otras categorías relacionadas con el asco: categorías que se refieren al tacto como «fría» (carne) frente a «caliente», «blanda» frente a «dura». Categorías obvias de pureza como «crudo» frente a «cocinado», «sucio» frente a «limpio». Categorías referentes a la vergüenza corporal: «desnudo» frente a «vestido». Categorías más amplias que definen al grupo al que se pertenece: «Tierra del Fuego» frente a «Inglaterra», «ellos» frente a «nosotros»...”
Es más, la descripción del fueguino como “salvaje desnudo” nos muestra claramente un preconcepto que Darwin trae como equipaje extra desde Inglaterra, y hace que este se ofenda ante la curiosidad del indígena que con su acto puede “contaminar” la carne.
Es cierto si que estudios científicos han dejado claro que existe una suerte de “asquerosidad universal” que encierra elementos tan variados como: heces, comida estropeada, excreciones corporales varias, heridas, animales como ratas, babosas. No menos cierto es que todos ellos se asocian si a la transmisión de enfermedades infecciosas, con lo que la idea de Darwin en cuanto al “asco” como mecanismo protector de contagio tiene cierto grado de asidero; pero ya vimos también que ese sentimiento acompañaba a Darwin desde antes de tocar costas fueguinas.
Lo que parece que Darwin realmente teme, es ingerir la esencia salvaje que mágicamente el dedo del fueguino trasladará a su comida.
Estudios más recientes muestran que el asco varía según los conceptos sociales, según el país, según la clase social... incluso más; se ha demostrado que el asco evoluciona con la edad del ser humano.
Cuando niños, muchos hemos degustado cascarudos, otros nos deslumbran con obras de artes hechas con sus propias heces... cosas de niños; salvajes casi sin alma, apartados de la verdadera percepción del asco.
Sin embargo, en un momento determinado cuando adultos comenzamos a desarrollar ese mecanismo de autodefensa. Dejamos la etapa del salvaje... nos volvemos “humanos”, nos volvemos supuestamente, “cuerpo y alma”.
“Normalmente, cuando nos relacionamos con otros, los vemos como cuerpo y alma. Advertimos que tienen creencias, deseos y conciencia y reconocemos que son cosas físicas sólidas que ocupan espacio y están sujetas a la gravedad. –afirma Paul Bloom, psicólogo de la Universidad de Yale, en su obra “Cuerpos sin Alma” -
Las dos posiciones –dice- coexisten bastante bien en las circunstancias normales, pero, cuando hacemos hincapié en una perspectiva más que en la otra, se desprenden consecuencias morales.
...Así, pues, el enfoque centrado en el alma propicia la preocupación moral y puede ampliar el círculo moral. Lo contrario puede ocurrir cuando alguien es considerado sólo como un cuerpo y una emoción que apoya ese resultado, es el asco.
... Por esa razón, todo movimiento encaminado a estigmatizar o calumniar a un grupo –los judíos, los negros, los homosexuales, las mujeres y demás– ha recurrido al asco. Una vez que se ve a un grupo de personas como asqueroso, se deja de prestarles atención como individuos morales. Se convierten en cuerpos sin alma y el círculo moral se cierra para excluirlos.
Por eso lo de Améli Nothomb no es descabellado... “Dime lo que te da asco y te diré quién eres”.


Emiliano Núñez